sábado, 31 de marzo de 2012

El autómata demorado


Una entrada sobre "Los Autómatas" en la Grande Enciclopédia Portuguesa recoge la inquietante noticia de que: "Aseguran que Juan Muller, el Regiomontano, había hecho un águila que volaba y una mosca que después de volar en diversas direcciones por la habitación, venía a posarse en la mano de su dueño". Apenas menos turbador es el comentario posterior: "La fantasía de los cronistas probablemente exageró alguna de estas noticias. Sirviendo de ejemplo la mosca de bronce, inventada por un obispo de Nápoles, de la que habla en su obra Otia imperatoris Gervais, canciller de Otón III. Esta mosca, adiestrada como un perro de ganado impidió que entraran moscas en la ciudad durante ocho años, y las carnes de las carnicerías se conservaban sin el menor síntoma de descomposición".

Las primeras noticias sobre estos extravagantes ingenios, siempre perturbadores, eran mucho más antiguas. Envueltas en confusos relatos anteriores en algún lugar se había citado a la estatua de Osiris o la de Memon de Etiopía, cuyos destellos deslumbrantes o sonidos difusos sobrecogían a los fieles en los templos. En la mitología clásica habían aparecido antes. Como cuando en las Argonauticas de Apolodoro se indica la presencia del gigante de bronce Talos que protegía la isla de Creta de los posibles invasores. En un tratado sobre figuras de aquélla se nos indica que: "Existen varias versiones sobre su genealogía: a veces era considerado hijo de Cres, personificación de Creta y padre de Hefesto (...) otras era un autómata forjado por el propio Hefesto con la ayuda de los cíclopes, y también a veces era el último de una malvada raza de gigantes de bronce". Homero había citado en cualquier caso en su Iliada otras figuras como las doncellas de oro del propio Hefesto, que desfilaban en el Olimpo. O en la Odisea los perros de oro y plata que guardaban las puertas del palacio de Alcinoo.



El primer tratado que los clasificaba era no obstante el estudio del sabio alejandrino Herón (10 d.C.-70 d.C.), su Autómata, en el que "se explica la creación de mecanismos, muchos basados en los principios de Filón o Arquímedes, (...) que imitaban el movimiento como el de aves que gorjeaban, volaban o bebían, estatuas que servían vino o puertas automáticas". En algún otro lugar se cita el Teatro de Autómatas, "sobre su teatro de autómatas donde se representaba la guerra de Troya".

Tiempo más tarde, en el siglo II el erudito latino Aulo Gelio, en su miscelánea Noches áticas, escrita según él "durante las largas noches del invierno en Atenas", aludía en un capítulo a que "Arquita había fabricado una paloma de madera que había volado gracias a cierto ingenio mecánico". La noticia estaba sin embargo incluida dentro de unos párrafos en donde se comentaban con escepticismo ciertas atribuciones y noticias referidas a varios autores. Como aquella en donde criticaba que se le atribuyera a Demócrito el que "hay ciertas aves dotadas de habla y que con la mezcla de su sangre nace una serpiente; si alguien la tomara, podría interpretar las lenguas y las conversaciones de las aves". En lo que se refiere al filósofo Arquita de Tarento y a su paloma voladora, concluía que: "Siempre que se posaba ya no remontaba el vuelo...".



De entre los autómatas que la tradición - o la leyenda - recogen, cómo no aludir a la enigmática "cabeza parlante" del filósofo Roger Bacon - el "Doctor Mirabilis" de la escolástica bajomedieval.

Del franciscano Bacon conocemos profusamente su aportación al empirismo medieval, o su propuesta de revisión aristotélica y bíblica en las lenguas originales. Menos conocida, y aún envuelta en la confusión de los relatos legendarios, resultan sus actividades alquímicas, o mecánicas simplemente.  (Entre ellas el uso de la Cámara Oscura o Linterna Mágica, que le valieron la acusación por parte de los doctores eclesiásticos de "evocar a los muertos").

En una enciclopedia de finales del XIX se nos comenta que: "En su opus maius (...) presenta gran número de peregrinas observaciones y experimentos. Habla de máquinas de volar, de aparatos por los que se puede mover un carruaje sin tiro y hacer andar a las naves con un solo remero".

La leyenda de la "cabeza parlante" del doctor Roger Bacon - "hecha de latón y que podía predecir el futuro"- se enmarca entonces en una tradición que englobaba entre otras al autómata de Alberto Magno "con forma de mujer", el de Valentin Merbitz, "que decían que hablaba en varios idiomas", el del papa  Silvestre II, "que respondía sí o no únicamente", o la de "la santa que hablaba Athanasius Kircher, además de su libro Misurgia Universalis, donde describe con detalle la creación de figuras que pueden mover los ojos, labio y lengua".

Entre nosotros cómo no recordar el capítulo LXII del Quijote "Que trata de la aventura de la cabeza encantada" en la ciudad de Barcelona. La cabeza de Tábara, que avisaba con un "judaeus est" de la presencia de israelitas en la villa. La "calavera parlante" del señor Andrés Albio de Bolonia de la que nos da cuenta el erudito cisterciense Juan de Caramuel. O aquel autómata parlante del marqués Enrique de Villena que hizo quemar el rey Juan  II. 

En relación con el marqués, antiguo maestre de Calatrava, erudito y, según la voz común, nigromante y alquimista, se creará la leyenda de la Cueva de Salamanca, situada en la antigua iglesia de san Cebrián, -"un mago convertido al cristianismo"- en cuya cripta un sacristán impartía lecciones "de magia, astrología y de otras artes y ciencias misteriosas y non cumplideras de saber". En la comedia del mejicano Juan Ruiz de Alarcón, La cueva de Salamanca, escrita en el siglo XVII, que recogía las diversas tradiciones locales sobre el marqués, "Villena llega a Salamanca desde Madrid, atraído por la fama de la cueva nigromántica, y la existencia en ella de una cabeza parlante de bronce". 




Los relatos sobre la cabeza parlante de Roger Bacon no son menos desconcertantes. En el primero, que recoge el mago Robert Houdin en sus "Confidencias de un prestidigitador", al aludir a diversos autómatas nombra al monje franciscano y su invención y recuerda:

"Francisco Picus cuenta que Rogerio  Bacon, ayudado de Thomas Bunghey, su hermano de religión, después de haber vuelto su cuerpo igual y atemperado por la química, se sirvieron del espejo Amuchesí para construir una cabeza de bronce, que debía decirles si había algún medio de encerrar toda Inglaterra en un grueso muro.

Ellos mismos la forjaron durante siete años sin descanso, pero la desgracia quiso - añade el historiador - que cuando la cabeza habló los dos monjes no la escucharan, porque estaban ocupados en otra cosa".

Otro segundo relato, no menos inquietante, nos cuenta que:

"Roger Bacon (1214- 1294) ensambló perfectamente un autómata conocido como la Cabeza Parlante después de haber trabajado en él durante siete años. La cabeza fue vigilada durante tres semanas a la espera de sus primeras palabras. Como nada había dicho, fue entonces entregada a la observación de un ayudante al que se instruyó para alertar a Bacon con los primeros sonidos que surgieran de ella. Se ha dicho que las primeras palabras pronunciadas por la cabeza fueron: "Es tiempo", las cuales para el  ayudante parecieron sin importancia y no merecedoras de reclamar la atención de Bacon. Algunos momentos después la cabeza pronunció: "Era el tiempo". De nuevo el asistente no comunicó nada a Bacon. Media hora más tarde la cabeza dijo las palabras: "El tiempo ha pasado", y en ese momento se consumió".



Un grabado en la portada de la edición en 1630 de la obra de Robert Greene, "La Honorable Historia de fray Bacon y fray Burgay", recogía de algún modo el momento culminante del drama -bastante prolijo- con los frailes distraídos y un sirviente que duerme bajo la mirada de la cabeza parlante. Mientras la cabeza, inadvertida por estos, pronuncia las sentencias: "Time is. Time was. Time is past", antes de desaparecer ella misma.

La obra, que fue bastante difundida en el teatro isabelino de la época, recogía la tradición sobre un fray Bacon enigmático y su ayudante, el franciscano fray Burgay. A los cuales no dudaba en atribuir una relación con las artes mágicas para la construcción de sus artilugios. (De su ayudante, un tal Miles, acostumbrado al trato con los demonios, se dice que terminó sus días como tabernero en el infierno. Y que "alcanzó la perdición en compañía de los diablos"). 


                                                     
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Bibl.

- Grande Enciclopédia Portuguesa e Brasileira.   Lisboa- Rio Janeiro, 1935- 57,    37 vols.

 - Enciclopedia Hispano Americana          Madrid, Espasa-Calpe, 1922,   vol. 7

-  Robert Houdin         Confidencias de un prestidigitador          ed. Frakson, Madrid, 1990.

- Anon.          Teatro fantástico            ed. Sintes,    Mallorca,  1951.   vol. XVIII

Patrick Millard      en       rizhome.org            ( la traducción es mía)

B. Barreiros    Brujos y astrólogos de la Inquisición de Galicia. El famoso libro de San Cipriano    Madrid, 1973.


- Robert Greene     The Honorable History of frier Bacon and frier Bongay      Londres, Elizabeth Aldee.   1630.

- E. J. Rios     Bestiario de la mitología griega     Semper-Eadem eds.  2021.

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